Leonor Machado, testimonio y memoria
por Diego Doncel Manzano
Estuve con ella muchas veces. Aquí y allá, a la intemperie de esta vida un poco sin raíles de los escritores. Tenía el cabello totalmente blanco, la cara ancha de los Machado y siempre le brillaban sus ojos azules. Era buena, en el buen sentido de la palabra, amistosa y discreta. No estaba tocada por la melancolía, como su tío Antonio, ni tampoco por esa vena gitana que quería descubrirse su otro tío, Manuel, pero había heredado de ambos algo que a ella le gustaba mostrar: la sensibilidad. Por eso tal vez hablaba siempre hacia dentro, aunque nunca pudo ocultar la niña un poco traviesa que había sido, despierta y de una razón práctica. La niña...