Aquellas personas que nos acercamos, o lo intentamos, a la realidad pasada y presente de Montánchez, al hablar con los montanchegos casi siempre nos topamos con el dogma «Montánchez ha sido un pueblo muy tranquilo. Aquí no pasó nada. Por su situación, el pueblo no era lugar de paso y por eso no hubo jaleos».
Es posible que estas personas que dicen que “aquí no pasó nada” lo digan en contextos próximos al período de la guerra civil. Porque ese discurso heredado se construyó en ese tiempo. Pero mienten. O maquillan la realidad. O la intentan disimular.
Igual que en casi todos los pueblos de España, durante la contienda fratricida, en Montánchez se rapó y purgó con aceite de ricino a demasiadas mujeres y hombres, se encarceló y fusiló a demasiada gente. También se confiscaron bienes. Se produjeron abusos. La ley desapareció. Se imponía el más fuerte, el más cercano al poder.
Es mítica la “leyenda” que se refiere a Montánchez, en el pasado, claro está, como pueblo con vecinos violentos y nada reacios a sacar la navaja. No sería sencillo cuantificar hasta qué punto en nuestro pueblo éramos más «navajeros» que en los de nuestro entorno.
Sin embargo, sí es posible establecer, al menos de forma superficial y descriptiva, que en Montánchez, en los últimos años de la década de 1920 y los primeros años de 1930 se produjeron varios actos muy violentos y muy cercanos en el tiempo.
Sin incluir los actos de violencia machista, que son muchos, el recurso a la violencia en una riña es recurrente. Navajas, pistolas, escopetas, bastones y palos son las armas más utilizadas.